jueves, 8 de noviembre de 2007

Madre alquila vientre en Argentina

A continuación tuvimos el día de las Abuelas de Plaza de Mayo. 30 años de vida. 30 años buscando a los nietos robados y privados de identidad. 30 años de tenacidad. 88 seres que fueron encontrados. Más de 400 que quedan por encontrar. 30 años de tenacidad sin romper un vidrio, sin tirar una bala, a cara descubierta.

Los argentinos tenemos a la madre en la punta de la lengua. Cuando vemos fútbol, cuando comparamos las cifras del Indec con las que nos proporciona el supermercado, cuando manejamos en la ciudad. Por esa cosa de los Días de la Madre, estos días la palabra madre ha tenido un sonido que remite a la ternura, porque celebramos su día. Detesto los días mandados por el consumismo publicitario pero, ya que el día nos agarró de las solapas, aprovecho para hablar de algunas madres muy especiales.

Entre ellas recuerdo a las porfiadas las madres del dolor, de la dignidad, de la memoria, a las madres que desde la pobreza multiplican los panes y los sueños de sus hijos. Y retomo palabras del epílogo de mi libro “Madre argentina hay una sola”:
Ellas nacieron para semillar semillas. Para nacer lo nacido. Ellas hablan con el alarido y hablan con el silencio. Pueden vadear el hambre y el frío y el dolor. Saben, ellas, convertir a la intemperie en abrigo y en linterna a la desgracia. Son la luz que atraviesa esa demasiada noche instaurada por los dueños de la vida y de la muerte. Ellas se tutean con el milagro pero no esperan que les caiga del cielo. Una de dos: lo hacen o lo hacen, al milagro.

Ella siempre van, van cuando van y van cuando están de vuelta. Ellas van hacia adelante aunque sólo giren: son la memoria del círculo. Ellas, al miedo, lo dejaron sin uñas sin dientes sin aliento, lo destriparon. Ellas, al miedo, lo convierten en un furioso pan.

Cultísimas o desheredadas de alfabeto, a la hora de la desgracia y del dolor de los dolores, ellas, son iguales. Todas tienen dientes en la voz y uñas en los dientes. No necesitan brújula, para eso sus corazones. No necesitan armas, para eso sus corazones. Llegado el caso, ellas, pueden ladrar y pueden relinchar y aullar también. Y pueden voltear la muralla y correr de lugar la pirámide. Y pueden hacer hablar a la piedra, y más todavía: pueden deletrear el desierto arena por arena hasta encontrar la arenita (el hijo, el nieto) que buscaban. Y cuando encuentran a su arenita le dicen “hijo mío”. Y lo están abrazando.

Ellas tienen el optimismo de la memoria. Y cuando llegue el momento de rajarle el vientre al Apocalipsis –ese momento llegará, llegará–, ellas serán las que hagan profundo el tajo. No les temblará el pulso. Después del tajo, desde muy adentro le arrancarán una aurora, al Apocalipsis. Entonces, ellas acunarán al nuevo día, ellas le arrimarán el pezón y le darán de mamar. Y la Vida no tendrá más remedio que continuar, por ellas, las esposas de la Vida; por ellas, las mujeres de la Vida.
Hablando de madres, hablando de vida, traigo aquí el caso de una que fue noticia hace unos tres meses, pero ya se nos traspapeló.

No el diablo, a las malas noticias las carga esa que, según dicen, es la única verdad, la realidad. Paula V., con 27 años, cuatro hijos de entre 8 meses y 3 años, un marido que se borró del mapa, acorralada por el hambre, un día del julio del 2007 después de Cristo decidió ofrecer su vientre en alquiler. Luego de la noticia que publicó La Voz del Interior, en una semana Paula recibió siete llamadas de interesados en arrendarle el cuerpo. Y escuchó también algunos amagos de solidaridad y/o caridad.

Vuelvo sobre el recorte del diario. Lo estoy mirando. Vuelvo sobre esa madre. Ahí está Paula en la foto del diario: se la ve con sus criaturas; todos de espalda, juegan. Ella, de perfil, respira con la boca entreabierta. Mira el suelo. Los hombros de Paula son los de una condenada, pero no los de una resignada. Mira el suelo. El suelo no le devuelve la mirada. Su contrato de vientre será cada vez por nueve meses. Para este alquiler crucial Paula V. no firma ningún contrato, no exige ningún garante. Ella entrega la casita de su vientre sin que medie ninguna inmobiliaria.

En la foto de ese diario traspapelado Paula V. sigue mirando el suelo. El suelo no es el cielo. Ni el cielo es el cielo, para ella.

¿Es triste la noticia? Más triste es la realidad. Y más triste aun es negar la realidad.

Pero debajo de la dolorosa noticia triste hay algo conmovedor: esta mujer que alquila su vientre no ha sido derrotada. Ella también pertenece a esa tenaz, porfiada, columna de madres atormentadas, alocadas, que buscan y buscan y buscan un amanecer después de tanta y tanta y tanta noche. Noche, es decir, indiferencia. No hay caso con ellas, y la Vida les abre camino. No hay caso, no se cansan de resucitar. Ellas, si no es hoy, conseguirán lo que buscan, después que el fin del mundo pase.

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